Índice
Autoras:
María Teresa Montes Argüelles (TCAE), Ana Belén López Rodríguez (TCAE), María Del Carmen García García (TCAE)
En las personas de edad avanzada la pérdida la movilidad se ha convertido en una manifestación bastante común de muchas enfermedades, que llevada a su máximo exponente se convierte en uno de los grandes síndromes geriátricos: la inmovilidad. Por ello, es imprescindible conocer sus características, su abordaje y prevención.
Metodología
Se llevó a cabo una revisión bibliográfica sobre el síndrome de inmovilidad a través de diversas bases de datos (Scielo, Cuiden y Dialnet). Además, se utilizaron los siguientes descriptores: «síndrome de inmovilidad», «personas mayores» «síndromes geriátricos».
Resultados
El riesgo de padecer el síndrome de inmovilidad es directamente proporcional a la edad. La causa principal es debida a múltiples factores.
Las consecuencias de una
inmovilidad prolongada influyen negativamente sobre los distintos sistemas, órganos y aparatos de nuestro cuerpo, pudiendo llegar a ocasionar la muerte del individuo por patologías asociadas.
Conclusiones
La prevención del inmovilismo pasa por identificar tempranamente a las personas mayores con mayor riesgo. Es importante mantener y/o potenciar si es posible el grado de movilidad, debemos hacerle partícipe de las actividades de la vida diaria para que las realice de forma autónoma o con la mínima ayuda, siempre respetando sus limitaciones y realizándolas a su propio ritmo.
Igualmente es importante estimular la
participación social de las personas mayores para mantenerse activas y aprovechar los recursos que le brindan la sociedad, que potencien su movilidad y autonomía.
Bibliografía
1. https://medicina.uc.cl/publicacion/ inmovilid ad-adulto-mayor/
2. BERGSTROM N, BRADEN B. A prospective study score risk among elderly. JAGS 1992; 40: 747-58.
3. MAROTTOLI R, BERKMANN L F. Decline in physical function following hip fracture. JAGS 1992; 40: 861-66.
4. SILLIMAN R. The social and functional consequences of stroke for elderly patients. Stroke 1987; 18: 200-3.